Una revisión crítica del desarrollo sostenible
- Juan Manuel Vargas Esteban
- 18 ene 2017
- 4 Min. de lectura

Erradicar la pobreza extrema y el hambre. Combatir la desigualdad y la injusticia. Solucionar el cambio climático y controlar la sobreexplotación de los ecosistemas. Esta es la impresionante promesa actual del desarrollo sostenible, la cual ha sido adoptada con entusiasmo por la disciplina de la Administración de Empresas e incorporada habitualmente en los procesos de gestión y planeación.
Un sinnúmero de organizaciones tales como la ONU, el Banco Mundial o el Instituto Internacional para el Desarrollo Sostenible, la describen como el “desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la habilidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades”. (Comisión Brundtland, 1987, pg 41). No obstante, al tratarse de la principal apuesta de la humanidad por resolver tales cuestiones, se hace imprescindible analizar su contenido bajo una perspectiva crítica, pues es necesario discutir sobre su capacidad para alcanzar este trascendental objetivo.
El 25 de septiembre de 2015, la Asamblea General de la ONU estableció los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), sucesores de los Objetivos del Milenio. Ese mismo día, una carta abierta a las Naciones Unidas firmada por intelectuales como Noam Chomsky, Chris Hedges o Naomi Klein, declaraba:
“Los ODS dicen poder erradicar la pobreza en todas sus formas para el 2030, pero dependen principalmente del crecimiento económico global (…) Si tal crecimiento es parecido al visto en las décadas recientes, tomará 100 años para que la pobreza desaparezca (…) E incluso si esto fuera posible en una escala de tiempo más corta, necesitaríamos incrementar el tamaño de la economía global en un factor de 12, que, en adición a hacer nuestro planeta inhabitable, borrará cualquier logro contra la pobreza”
(Chomsky et al. 2015)
Dicha observación esboza un paradigma del desarrollo sostenible que contrasta con el habitual, y lo muestra incapaz de cumplir con su cometido, pues establece que el crecimiento económico a tal escala, sería nocivo y comprometería la habilidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades. Esto se debe a que, como han manifestado distintas investigaciones, el crecimiento económico (entiéndase para este caso como el aumento del PIB) en muchos casos tiene una relación directa con el aumento de la desigualdad económica (Trejos, 2000 y Hailu et al. 2011) y la degradación ambiental (Naidoo & Adamowicz, 2001 y Arrow et al. 1996). Es decir, existe una relación generalmente contradictoria y perjudicial entre el crecimiento económico y la protección ambiental (Hartwick & Peet, 2003) y por tanto sería contraproducente proponer como solución a la destrucción del medio natural, más crecimiento.
Sin embargo, dentro de la teoría económica esto es explicado mediante la Curva de Kuznets (1955), pues según sus planteamientos, estos efectos se dan solo en una etapa inicial del crecimiento, y con el desarrollo posterior, la desigualdad y la degradación ambiental (Dasgupta et al. 2002) no aumentan sino decrecen. Entonces, es posible afirmar que la aproximación apologética que hace el desarrollo sostenible al crecimiento económico, implica presupuestos semejantes a los de Kuznets, pero el problema radica en que este modelo es solo hipotético y ha suscitado abundantes críticas no solo por su verosimilitud, sino por las consecuencias humanas que implica, ya que defiende la idea de que antes de “avanzar” la brecha de desigualdad debe ampliarse y empeorar. Por lo tanto se observa que al recomendar el crecimiento económico como principal medio, esta actual propuesta de desarrollo tiene fallos.
Más aún, a pesar de intentos tales como Los Objetivos del Milenio, la desigualdad económica ha aumentado incesantemente. Para inicios de 2016, Oxfam reportó que 62 personas poseían la mitad de la riqueza de todo el planeta (Elliot, 2016), un hecho sin precedentes en la historia. Además, a pesar de los esfuerzos ecológicos, los científicos estiman que actualmente entre 150 y 200 especies de plantas, insectos, aves y mamíferos se extinguen cada 24 horas (Vidal, 2010 y World Wildlife Found, 2016). Es decir, no se está haciendo lo suficiente.
Sumado a esto hay temas críticos y decisivos que no son abordados directamente por las metas del desarrollo sostenible. Un claro ejemplo es la agricultura animal, responsable por más emisiones de gases invernadero que cualquier otra actividad, incluso más que el transporte, pues entre otros, es culpable del 65% de todas las emisiones humanas de óxido nitroso, un gas 296 veces nas nocivo en materia de calentamiento global que el CO2 y que permanece en la atmosfera 150 años (FAO, 2006). De hecho, un estudio publicado en la prestigiosa revista Science reveló que otro gas, el metano, tiene hasta 100 veces más potencial para el calentamiento global que el CO2 en un plazo de 20 años (Shindell et al. 2009), y se calcula que todo el ganado del mundo produce unos 150 billones de galones de metano por día (Ross, 2013). Aún así, un asunto tan grave y significativo no es abordado directamente en los objetivos de desarrollo sostenible, y adicionalmente es preocupante la falta de concientización sobre una materia tan apremiante.
Por supuesto, en una cuestión tan compleja, quedan muchas premisas por exponer, pero tras este breve análisis, es posible concluir que el desarrollo sostenible tiene deficiencias significativas y por tanto no puede ser aplaudido sin mayor reflexión crítica. La situación socio-económica y ambiental de la actualidad y los nefastos pronósticos, no solo advierten sobre la ineficacia de sus esfuerzos sino obligan a la sociedad civil a tomar un papel mucho más activo en la formulación de estas políticas, con autentico compromiso y conciencia de largo plazo. El papel de las empresas en esta cruzada es vital, y dados los descuidos y las potenciales equivocaciones de esta propuesta de desarrollo, se ven obligadas éticamente a comprometerse mucho más allá de los marcos legales y los 17 objetivos.
"La situación socio-económica y ambiental de la actualidad y los nefastos pronósticos, no solo advierten sobre la ineficacia de sus esfuerzos"
Un punto de partida adecuado podría ser, cuando menos, plantear interrogantes: ¿Es realmente el crecimiento económico la “única respuesta”?, ¿Es el desarrollo sostenible (la principal apuesta de la humanidad al respecto) capaz de detener el calentamiento global y solucionar la desigualdad?, ¿Son nuestras prioridades como sociedad coherentes con nuestras necesidades como especie? Estas son preguntas que quedan a discreción del lector, sin embargo este antiguo proverbio chino puede ser de utilidad: “si no cambiamos nuestra dirección, es muy probable que lleguemos a donde nos dirigimos”.
Comments